Crisálida 5. Óleo en lienzo. 120 x 100 cm. 2012
V
- Popol Vúh, el libro del común.
-¿Es su
nombre?
-Sí. Es el
libro más antiguo de América.
-Las hojas…
-Es un poema,
escrito luego de leer la traducción de Francisco Ximénez, franciscano del siglo
XVIII. Traducido del latín.
-El latin…
-En ese
idioma se escribían los libros entonces. Al parecer había sido oculto por los
habitantes de la antigua Guatemala. No sabemos quién lo escribió.
-Como la
Biblia.
-La Biblia
dicen los judíos que la escribió Dios. En caso del Popol Vúh no hay quien nos diga. Te entregué el poema porque noté
tu interés. Se dice que un libro te lleva a otro. ¿Lo leíste completo?
Curiosamente, no sabemos nada del autor, como en el caso del libro original. Algo
pasa con este libro, será que de verdad habla de lo común, lo que interesa a
todos, no sé. Cita el origen del pueblo maya-quiché.
La mujer le
ofreció un vaso de agua de Jamaica. Se sentía bien en el lugar, era un patio
con losa de cantera en el piso, arcos en torno y una fuente con surtidor. La
mujer conservaba sus bellos rasgos y en los ojos brillaba una luz inteligente.
Llevaba sandalias, que dejaban ver unos pies muy cuidados y hermosos. El
hombre, de sien entrecana, era tan amable como ella, de modo que Damián sintió
el impulso de compartir con ellos el dibujo. Lo mostró.
-¿Además de
leer, dibujas?
-Lo hice
después de leer todo el poema.
-¿Habrá más
dibujos? Este es magnífico- la mujer notó el sonrojo en el rostro del niño.
-Gracias. Tal
vez logre terminar quince dibujos.
-Como las
quince partes del poema. ¿Te gustaría leer la versión de Ximénez?
-¿Perdón?...
-El Popol Vúh, en prosa, según las palabras
del fraile franciscano.
-Sí, me
gustaría mucho.
-Bien. La
próxima vez que vengas a visitarnos. Lo prometo.
Al despedirse
olvidó recoger el dibujo. Llegando a su casa se dio cuenta, aunque le dio poca
importancia y sintió alivio al pensar que los dueños de la librería lo sabrían
conservar. Estaba muy emocionado por las palabras de admiración que había
recibido. Pocas veces los adultos se permitían ver con agrado sus dibujos. Ese
día comió con apetito. La felicidad tiene aspectos insólitos. Para él esto era
la felicidad. Dibujaría cuanto antes la segunda parte. Además, leería otro
libro más y, seguramente, sabría mucho más acerca de los antiguos mayas. Por el
diccionario sabía que los mayas habían vivido en centroamérica por espacio de
tres mil años. Sin embargo, el poema, y seguramente el libro de Ximénez también,
hablaba en términos generales. Volvía el vértigo. Algo no encajaba. Los antiguos
mayas habían escrito con quién sabe qué palabras un libro donde hablaban del
origen de este mundo, como los hebreos y otros pueblos. Cada pueblo decía algo
para precisar sus orígenes. ¿Había tantos orígenes como culturas en el mundo?
-Este es el
libro- dijo la mujer, poniendo en sus manos el Popol Vúh, la primera versión.
-Este es el
segundo dibujo- dijo Damián, extendiendo la hoja de papel.
-¡Dos
dibujos, vaya!- dio ella, sorprendida.
-Sí- asintió
el niño.
-¿Has
mostrado tus dibujos a alguien más?- preguntó el hombre.
-No.
Luego
trajeron café y galletas. Era la segunda vez que los visitaba y ya se sentía
parte de la familia. No tienen hijos, pensó Damián. Lo cierto es que los hijos
habían crecido y se habían marchado a formar sus familias; algo raro. Los
vecinos que conocía tenían en casa a la nuera, al cuñado, al yerno, amontonados
todos en una misma casa. Estos no. Tenían tiempo de leer, de platicar, de
atender a los clientes en la librería, ir al cine, visitar amigos. No sabía de
parejas así. Su padre trabajaba todo el día. Su madre trabajaba todo el día
(todo el santo día, decía ella) en casa. Nunca los vio leyendo un libro ni
yendo a visitar a nadie, ni ir al cine. Sus padres salían solamente cuando
había que comprar zapatos para alguno de los ocho hijos.
Llegando a
casa se dispuso a leer el libro, que tenía muchas notas al pie de página en una
letra pequeñita. La lectura comenzaba en la página sesenta. No estaba
acostumbrado a leer tanto, pero esta vez lo hacía para enterarse… y terminaba
dormido sobre el libro abierto. Los mayas. Intrigante. Cada pueblo había
preparado un relato acerca de su origen.
-Mito.
-…
-Se denomina
así a las creencias transmitidas de generación en generación. Todo en el mito
es sobrenatural, grandioso, ejemplar. La comunidad acepta esto como su origen,
es decir, todos los pueblos tienen su origen en algo imaginario y portentoso,
terrible.
-¿Terrible?
-Ahá,
sublime, más allá de lo humano.
-Entonces el Popol Vúh…
-Habla del
pensamiento de los mayas, de su sabiduría.
-¿Sabiduría?
-Así como lo
oyes. De ahí la importancia de este libro.
Si había un
término que le causara vértigo era este: sabiduría. La inteligencia basada en
la experiencia. El Popol Vúh estaba
hecho con aquella experiencia. Cada vez era mayor el vértigo y cada vez mayor
lo intrigante del libro. En Mesoamérica hubo una cultura cuya sabiduría podíamos
conocer a través de lo escrito por gente como el padre Ximénez, que lo había
traducido de un original en lengua quiché con sonidos del latín europeo. El
niño sentía calor en el cuerpo. Estaba en los libros toda la experiencia de los
pueblos, de las personas. Lo que había vivido él mismo aparecería en algún
libro impreso, alguien lo leería y pasaría de mano en mano, quizá en esta misma
librería años después de ahora, imaginaba.
Poco a poco
fue estabilizándose su ánimo. Llegar a comprender cómo pasa de libro en libro el
conocimiento de todas las cosas había causado una súbita maduración de las
ideas en la cabeza del niño. ¿Era el final de su viaje hacia atrás en el tiempo?
¿Comenzaba una marcha hacia adelante? ¿Terminaría algún día este movimiento
incesante en su cabeza? Pero no todo ocurría en su cabeza, ahí tenía frente a
él una librería donde encontrar cualquier cosa que quisiera saber. Poco a poco
fue definiéndose la necesidad de quedarse en la librería a leer, sólo a leer.
¿Le darían trabajo?
Sus padres
habían dejado de preguntar qué quería ser de grande. Lo habían visto estudiar a
conciencia y no dudaban de que las locuras de dibujar habían pasado de largo.
Lo que ignoraban era que Damián había decidido convertirse en pintor. Había
encontrado en la librería la Historia del
Arte de Gombrich y, aunque no entendía gran cosa, pasaba días enteros
viendo, viendo, se había convertido en un veedor insaciable, como dicen de Picasso.
Tenía noticia de las grutas de Lascaux en Francia, decoradas con bisontes, pero
nada sabía de Rembrandt, Caravaggio, Goya… cuyas obras aparecían por vez
primera ante sus ojos. Qué hacer. La decisión estaba tomada. No había marcha
atrás.
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