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domingo, 11 de agosto de 2013


 
 
Crisálida 5. Óleo en lienzo. 120 x 100 cm. 2012
 
 
 
V

 

- Popol Vúh, el libro del común.

-¿Es su nombre?

-Sí. Es el libro más antiguo de América.

-Las hojas…

-Es un poema, escrito luego de leer la traducción de Francisco Ximénez, franciscano del siglo XVIII. Traducido del latín.

-El latin…

-En ese idioma se escribían los libros entonces. Al parecer había sido oculto por los habitantes de la antigua Guatemala. No sabemos quién lo escribió.

-Como la Biblia.

-La Biblia dicen los judíos que la escribió Dios. En caso del Popol Vúh no hay quien nos diga. Te entregué el poema porque noté tu interés. Se dice que un libro te lleva a otro. ¿Lo leíste completo? Curiosamente, no sabemos nada del autor, como en el caso del libro original. Algo pasa con este libro, será que de verdad habla de lo común, lo que interesa a todos, no sé. Cita el origen del pueblo maya-quiché.

 

La mujer le ofreció un vaso de agua de Jamaica. Se sentía bien en el lugar, era un patio con losa de cantera en el piso, arcos en torno y una fuente con surtidor. La mujer conservaba sus bellos rasgos y en los ojos brillaba una luz inteligente. Llevaba sandalias, que dejaban ver unos pies muy cuidados y hermosos. El hombre, de sien entrecana, era tan amable como ella, de modo que Damián sintió el impulso de compartir con ellos el dibujo. Lo mostró.

 

-¿Además de leer, dibujas?

-Lo hice después de leer todo el poema.

-¿Habrá más dibujos? Este es magnífico- la mujer notó el sonrojo en el rostro del niño.

-Gracias. Tal vez logre terminar quince dibujos.

-Como las quince partes del poema. ¿Te gustaría leer la versión de Ximénez?

-¿Perdón?...

-El Popol Vúh, en prosa, según las palabras del fraile franciscano.

-Sí, me gustaría mucho.

-Bien. La próxima vez que vengas a visitarnos. Lo prometo.

 

Al despedirse olvidó recoger el dibujo. Llegando a su casa se dio cuenta, aunque le dio poca importancia y sintió alivio al pensar que los dueños de la librería lo sabrían conservar. Estaba muy emocionado por las palabras de admiración que había recibido. Pocas veces los adultos se permitían ver con agrado sus dibujos. Ese día comió con apetito. La felicidad tiene aspectos insólitos. Para él esto era la felicidad. Dibujaría cuanto antes la segunda parte. Además, leería otro libro más y, seguramente, sabría mucho más acerca de los antiguos mayas. Por el diccionario sabía que los mayas habían vivido en centroamérica por espacio de tres mil años. Sin embargo, el poema, y seguramente el libro de Ximénez también, hablaba en términos generales. Volvía el vértigo. Algo no encajaba. Los antiguos mayas habían escrito con quién sabe qué palabras un libro donde hablaban del origen de este mundo, como los hebreos y otros pueblos. Cada pueblo decía algo para precisar sus orígenes. ¿Había tantos orígenes como culturas en el mundo?

 

-Este es el libro- dijo la mujer, poniendo en sus manos el Popol Vúh, la primera versión.

-Este es el segundo dibujo- dijo Damián, extendiendo la hoja de papel.

-¡Dos dibujos, vaya!- dio ella, sorprendida.

-Sí- asintió el niño.

-¿Has mostrado tus dibujos a alguien más?- preguntó el hombre.

-No.

 

Luego trajeron café y galletas. Era la segunda vez que los visitaba y ya se sentía parte de la familia. No tienen hijos, pensó Damián. Lo cierto es que los hijos habían crecido y se habían marchado a formar sus familias; algo raro. Los vecinos que conocía tenían en casa a la nuera, al cuñado, al yerno, amontonados todos en una misma casa. Estos no. Tenían tiempo de leer, de platicar, de atender a los clientes en la librería, ir al cine, visitar amigos. No sabía de parejas así. Su padre trabajaba todo el día. Su madre trabajaba todo el día (todo el santo día, decía ella) en casa. Nunca los vio leyendo un libro ni yendo a visitar a nadie, ni ir al cine. Sus padres salían solamente cuando había que comprar zapatos para alguno de los ocho hijos.

 

Llegando a casa se dispuso a leer el libro, que tenía muchas notas al pie de página en una letra pequeñita. La lectura comenzaba en la página sesenta. No estaba acostumbrado a leer tanto, pero esta vez lo hacía para enterarse… y terminaba dormido sobre el libro abierto. Los mayas. Intrigante. Cada pueblo había preparado un relato acerca de su origen.

 

-Mito.

-…

-Se denomina así a las creencias transmitidas de generación en generación. Todo en el mito es sobrenatural, grandioso, ejemplar. La comunidad acepta esto como su origen, es decir, todos los pueblos tienen su origen en algo imaginario y portentoso, terrible.

-¿Terrible?

-Ahá, sublime, más allá de lo humano.

-Entonces el Popol Vúh

-Habla del pensamiento de los mayas, de su sabiduría.

-¿Sabiduría?

-Así como lo oyes. De ahí la importancia de este libro.

 

Si había un término que le causara vértigo era este: sabiduría. La inteligencia basada en la experiencia. El Popol Vúh estaba hecho con aquella experiencia. Cada vez era mayor el vértigo y cada vez mayor lo intrigante del libro. En Mesoamérica hubo una cultura cuya sabiduría podíamos conocer a través de lo escrito por gente como el padre Ximénez, que lo había traducido de un original en lengua quiché con sonidos del latín europeo. El niño sentía calor en el cuerpo. Estaba en los libros toda la experiencia de los pueblos, de las personas. Lo que había vivido él mismo aparecería en algún libro impreso, alguien lo leería y pasaría de mano en mano, quizá en esta misma librería años después de ahora, imaginaba.  

Poco a poco fue estabilizándose su ánimo. Llegar a comprender cómo pasa de libro en libro el conocimiento de todas las cosas había causado una súbita maduración de las ideas en la cabeza del niño. ¿Era el final de su viaje hacia atrás en el tiempo? ¿Comenzaba una marcha hacia adelante? ¿Terminaría algún día este movimiento incesante en su cabeza? Pero no todo ocurría en su cabeza, ahí tenía frente a él una librería donde encontrar cualquier cosa que quisiera saber. Poco a poco fue definiéndose la necesidad de quedarse en la librería a leer, sólo a leer. ¿Le darían trabajo?

 

Sus padres habían dejado de preguntar qué quería ser de grande. Lo habían visto estudiar a conciencia y no dudaban de que las locuras de dibujar habían pasado de largo. Lo que ignoraban era que Damián había decidido convertirse en pintor. Había encontrado en la librería la Historia del Arte de Gombrich y, aunque no entendía gran cosa, pasaba días enteros viendo, viendo, se había convertido en un veedor insaciable, como dicen de Picasso. Tenía noticia de las grutas de Lascaux en Francia, decoradas con bisontes, pero nada sabía de Rembrandt, Caravaggio, Goya… cuyas obras aparecían por vez primera ante sus ojos. Qué hacer. La decisión estaba tomada. No había marcha atrás.

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